Imagínate un momento solo/sola, sin nadie a tu alrededor, ningún ruido perturbador, carente de preocupaciones, con los ojos cerrados y una paz absoluta; estás tan tranquilo que no podrías imaginarte en una mejor condición, hasta que escuchas las olas, el ir y venir del agua del mar, ese sonido que podría parecer tan estrepitoso pero a la vez es tan suave y delicado que te guía, es sistemático y preciso pero aún así puede llegar a transmitir una relajación tan profunda que nadie vería lo metódico en sus ondas; bajas lentamente tus piernas hasta que eres capaz de dejar pasar la arena por tus manos, es tersa y completamente blanca; te sientas y disfrutas de la brisa, la vista; es una playa virgen, seguro algún lugar del Caribe, tienes total certeza de que la única interacción que tendrás será con el paisaje imponente en el que estás envuelto. Es el momento perfecto para reflexionar, analizar, recordar, pensar en tu vida, tus acciones, tus sentimientos, las personas que amas, el ciclo de la vida, el por qué del universo, la causalidad, tu futuro, el destino, agradecer por lo que tienes y lo que eres; en fin, reconectar con tu existencia y tu ser, porque absolutamente todos necesitamos momentos de introspección, muchos pueden pasar años sin siquiera intentarlo, pasarlo de alto, porque es lo más fácil, a nadie le gusta reconocer que puede mejorar, que tiene debilidades que trabajar, a nadie le gusta indagar en sus partes más oscuras; pensaríamos que descubrir siempre es excitante pero este hallazgo podría ser desagradable y entonces, preferimos distanciarnos, apartarnos y no sopesarlo más, aunque la realidad es que no hay escapatoria, que no queramos divisarlo no significa que no exista, los estragos permanecerán y la cobardía solo traerá como resultado la añoranza de una respuesta que poseemos pero no nos atrevemos a descifrar.
Podríamos pensar, sí supuestamente hablábamos de un momento de alivio, por qué volver a inmiscuirse en problemáticas, pero justo ahí está el punto clave. ¿Por qué consideramos trastornante el reconocernos como un todo? ¿Es que solo apetecemos del lado bello de las cosas, de lo positivo y esperanzador? ¿Acaso no hay belleza en la delicadez de querer avanzar y potenciarnos? ¿No es más tormentoso negarse a uno mismo y no brindarse la oportunidad de aprender de los errores y lo que estos generaron? Personalmente, creo que sí verdaderamente estuviera en el escenario anterior, no habría mejor cosa por hacer que conectar conmigo misma y con mi entorno, podría atreverme a decir que sería la complementación más perfecta y necesaria.
El tiempo de reflexión, introspección, contemplación y espiritualidad, son momentos que por años, muchos seres humanos han borrado de su horario, ya no hay cabida para este tipo de actividades, qué en su mayoría, causan incredulidad y bueno, no es algo sorprendente, a la gente de hoy le gustan “datos claros”, lo metafísico no le parece suficientemente importante y por supuesto pasa a segundo plano; las prioridades cambiaron y desde el propio Estado hasta los individuos se preocupan por otros aspectos que empezaron a regir sus metas, generalmente relacionadas con poder y riqueza, adiós emociones, el punto es obtener lo que más puedas y con tal de conseguirlo o retenerlo se hace lo que sea, en muchos casos ya ni lo ético tiene un peso relevante, claro, jamás se ha dejado de hablar de rectitud pero la coherencia pareciera haber desaparecido, entre lo que se dice y hace permanece una gran brecha.
Pero si hemos dejado de lado las grandes interrogantes. ¿Cómo saber identificar los aciertos y las pifias de los que somos responsable como humanidad? Muchas veces, en los artículos he mencionado que al reconocer nuestras acciones erróneas podemos enmendar el camino, obviamente me refería a la cuestión ambiental pero nunca me había detenido a escribir que primero debemos trabajar en nosotros mismos. Preguntémonos, cómo contribuir al rescate de algo tan extenso como el medio ambiente, paradigmas sociales o integridad, si yo no estoy bien, si no me reconozco y por ende no encuentro el papel que me corresponde en esta cadena, así nunca podré encontrar el placer de trabajar por aquellos fines; no se trata de hacerlo por inercia, sino por el placer de vivirlo y aprender de ello; si gustáramos de lo que somos y de lo que hacemos, muchas cosas cambiarían, dejaríamos de estar ansiosos buscando siempre de lo que carecemos y disfrutaríamos mientras llegamos a la meta, porque no se trata de solo disfrutar el premio, sino también del proceso, por más largo que sea, entendiendo que el significado jamás sería el mismo si se adoleciera de él.
Ana Sofía Padilla